«No sé qué revelar sobre este álbum», responde Emma Ruth Rundle cuando se le presiona para que hable de su último disco, el descarnado, íntimo e inquebrantable ‘Engine of Hell’, a la venta el 5 de noviembre.
«Siento que quiero que me dejen en paz un poco… no parece que sea el momento de ondear la bandera de mírame». Es una posición comprensible dado el fuerte contenido lírico del disco y la naturaleza desnuda y expuesta de la música que lo acompaña. Incluso la escucha más superficial del álbum suscita seguramente algunas preguntas.
Rundle ha optado por renunciar a los arreglos de banda completa de sus dos últimos álbumes –‘Marked For Death’ y ‘On Dark Horses’– en favor de la austeridad de un solo piano o guitarra y su voz, poniendo cada palabra bajo el microscopio. ‘Engine of Hell’ se grabó casi por completo en directo, con un mínimo de sobregrabaciones, y el efecto es un confesionario extremadamente cercano y personal con un enfoque de nivel ASMR (Respuesta Sensorial Meridiana Autónoma) en las ricas sutilezas y el timbre de las elegantes interpretaciones de Rundle.
Al igual que ‘Pink Moon’ de Nick Drake o ‘Colour Green’ de Sibylle Baier, ‘Engine of Hell’ capta un momento en el que un compositor magistral se despoja de todas las florituras y adornos para que cada nota y cada palabra tengan el máximo impacto. Pero también es un disco que deja poco que ocultar.
“Este álbum es el final de una era, el final de una década haciendo discos. Las cosas tienen que cambiar y han cambiado para mí desde que terminé de grabarlo”
Emma Ruth Rundle siempre ha sido una música polifacética, capaz por igual de la abstracción onírica (como se escucha en su álbum de debut ‘Electric Guitar: One’), de las exploraciones texturales maximalistas (véase su trabajo en Marriages, Red Sparowes o Nocturnes) y de la tradición clásica de cantautores de guitarra acústica (ejemplificada por ‘Some Heavy Ocean’). Pero en ‘Engine of Hell’, Rundle se centra en un instrumento que dejó atrás a los veinte años cuando empezó a tocar en bandas: el piano.
En combinación con su voz, la interpretación del piano en ‘Engine of Hell’ crea una especie de intimidad, como si estuviéramos sentados al lado de Rundle en el banco, o quizás incluso tocando las canciones nosotros mismos. «Quería capturar la imperfección y la vulnerabilidad de mi humanidad», dice Rundle sobre el enfoque sonoro del álbum. «De alguna manera, hay esta pequeña sensación de punk rock de ‘bueno, a la mierda esta cosa perfecta, pulida, producida y ensayada que estamos tan presionados a hacer’. Aquí hay algunas canciones muy personales; aquí están mis recuerdos; aquí estoy yo tambaleándome al borde de la cordura sumergiendo mi dedo en los confines del espacio y te estoy llevando conmigo y es muy jodido e imperfecto».
El instrumento de la infancia de Rundle es el vehículo perfecto para un álbum que es esencialmente una colección de recuerdos de su juventud, aunque no hace falta profundizar demasiado para darse cuenta de que ‘Engine of Hell’ no es un viaje nostálgico lleno de sacarina. Una suave y melancólica línea de piano introduce el primer tema del álbum, ‘Return’, y cuando Rundle finalmente canta, cada sílaba guiada con la máxima intención, suelta las ominosamente crípticas líneas iniciales «Una rica creencia de que nadie te ve / Tu cinta cortada de todos los destinos y / Algún sabueso del infierno buscando limosnas / El aliento entre las cosas que nadie dice». La ambigüedad puede oscurecer la musa, pero no disminuye su pesadez.
Sin embargo, a medida que el álbum avanza, se hace evidente que ‘Engine of Hell’ es más memoria que poesía pura. En la siguiente canción, la balada de guitarra acústica ‘Blooms of Oblivion’, se nos dan detalles más explícitos. «Abajo, en la clínica de metadona, esperamos / con la esperanza de llevar a casa tu cura / Los cobardes cuajados, el crujido de la porcelana / dices que te está haciendo puro». La cosa se pone aún más pesada en la tercera canción de Engine of Hell, ‘Body’, en la que Rundle relata un recuerdo de la infancia en el que vio a un miembro de la familia fallecido ser trasladado en silla de ruedas por desconocidos.
Los recuerdos y las canciones que los acompañan no siempre están impregnados de dolor. ‘Dancing Man’ es una de las canciones más delicadas y sombrías del álbum, con una cadencia somnolienta y una interpretación silenciosa que le confieren una cualidad claramente onírica. Sin embargo, la canción tiene un propósito positivo: relata un preciado recuerdo de Rundle bailando con un amigo, una experiencia a la que vuelve en los momentos oscuros cuando necesita el recuerdo de “días perfectos con este amor perfecto que existe en un espacio que nunca puede ser arrebatado de mí, nunca puede ser arruinado, nunca puede ser cambiado”.
La declaración definitiva de ‘Engine of Hell’ llega con la canción final ‘In My Afterlife’. En las estrofas, Rundle canta sobre la muerte en medio de una cortina de acordes menores escasamente arreglados en el piano. Pero el tono sombrío se vuelve redentor en los estribillos, donde la melodía cambia a una tonalidad mayor, y Rundle parece regodearse en las posibilidades de no estar atado al pasado. “He vivido en un estado de disociación durante mucho tiempo», reflexiona Rundle, «y eso es lo que dio origen a esta canción en particular». Una vez terminadas todas las canciones del álbum, me di cuenta de que ‘In My Afterlife’ era de lo que realmente trataba el álbum. Para mí, este álbum es el final de una era, el final de una década haciendo discos. Las cosas tienen que cambiar y han cambiado para mí desde que terminé de grabarlo».
En esencia, ‘Engine of Hell’ significa un punto de inflexión importante para Emma Ruth Rundle como artista y como persona. La catarsis de este tipo de canciones ha cumplido su propósito, y seguir rumiando el pasado en el futuro es menos un proceso de curación y más como hurgar en una costra y negarse a que sane. Esto puede ayudar a explicar por qué Rundle es menos entusiasta a la hora de divulgar los detalles sobre sus musas, pero no altera el hecho de que estas canciones sirvieron de algo en su creación, y que pueden seguir reconfortando a otros.
‘Engine of Hell’ es un álbum potente, y puede resultar demasiado abrumador desde el punto de vista emocional para los fans de una forma de componer más anodina. Pero para cualquiera que haya soportado un trauma y un dolor, hay un hermoso consuelo en escuchar a Emma Ruth Rundle articular y humanizar ese tipo particular de dolor no sólo con sus palabras, sino con ese misterioso lenguaje particular de la melodía y el timbre. (DR)
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