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Los escoceses Primal Scream debutaron a finales de los ochenta con dos primeros discos de rock ácido, sucio y psicodélico, declarándose los herederos de Byrds, Love, MC5, New York Dolls…

Los escoceses Primal Scream debutaron a finales de los ochenta con dos primeros discos de rock ácido, sucio y psicodélico, declarándose los herederos de Byrds, Love, MC5, New York Dolls… Pero su música encontró poca acogida.

Bobby Gillespie, que había triunfado como batería de Jesus & Mary Chain, empezó a pensar que tal vez había cometido el error de su vida, abandonando a los Mary Chainers para lanzarse con su propia banda, con él de cantante, esos Primal Scream. A finales de los ochenta, el sonido Madchester hacía furor, con Happy Mondays y Stone Roses mezclando rock psicodélico y ácido con el nuevo acid house de raves al margen del mainstream.

Los Primal Scream al principio vieron con horror la música electrónica. Luego noches en vela y algunos encuentros a deshoras les dieron la inspiración para crear ‘Screamadelica’ (1991), el álbum que les brindó una carrera, con hits como ‘Loaded’ o ‘Movin’ On Up’, donde llegaban más lejos que nadie mezclando los pulsos del rock y de la música de baile, haciendo homenaje al blues, al góspel, al soul… Un disco irrepetible, con Primal Scream colaborando con el DJ Andy Weatherall, productor del álbum. La canción que decidió la alianza entre Gillespie y Weatherall no fue precisamente el último éxito en la pista de baile…

Hay que recordar que el primer concierto al que acudió Bobby Gillespie fue Thin Lizzy, en la gira de ‘Johnny The Fox’ (1976, él catorce años). Y que el impulso para la aventura fue escuchar el single ‘Don´t Believe A Word’.

En 1989, la nueva década que se avecinaba no pintaba bien para Primal Scream. Gillespie: «No vino nadie de nuestro sello, Creation, al concierto. Nadie estaba interesado en nosotros. Como bis, tocamos el ‘Don´t Believe A Word’ de Thin Lizzy. Después se acercó nuestro amigo Jeff Barrett, que menos mal que había venido. Chapó por él. Pero tras el concierto me soltó: ‘Lo de Thin Lizzy ha sido asqueante’«.

«Y le repliqué: ‘Así que, ¿a ti no te van Thin Lizzy, es eso?’. Yo sabía que a Barrett ni el rock ni el blues era un rollo que le fuera. Le gustaba más el soul. Y luego es que en ese momento no había nada menos guay en el mundo, con el acid house y Mánchester en su máximo apogeo, y tras años del NME pontificando en contra de todo lo que tuviera el mínimo ramalazo ‘roquero’, que ponerse a tocar una canción de Thin Lizzy. Entonces el DJ Andy Weatherall se me acercó, tenía una sonrisa de lo más afable en el rostro (¿habría tomado éxtasis?), y me dijo: ‘Me ha encantado vuestra versión de ‘Don´t Believe A Word’. Ha sido increíble’. Se le encendían los ojos como siempre que algo lo entusiasmaba y lo fascinaba. Yo le pregunté: ‘¿Te gustan Thin Lizzy?’. Y me dijo: ‘Phil Lynott me firmó su autógrafo diez días antes de que muriera’. Joder, pensé para mí mismo. Adoro a este tipo. Somos hermanos. Esa fue la noche que lo decidió todo».

Fotografía: Nmartinezr_Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0

 

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