Esta semana la serie Reload, donde Astronomy Domine en una mirada a aquello que ya suena a clásico, nos recuerda discos representativos de estas últimas décadas, nos trae al creativo Mike Odfield y su obra ‘The Songs Of Distant Earth’

Pink Floyd “David Gilmour El Guardián del Legado”

He sido un ávido lector toda mi vida y, aunque ya desde niño había disfrutado con diversos relatos de ciencia- ficción, no fue hasta principios de los noventa que me tropecé con uno de los mayores exponentes del género, el británico Arthur C. Clarke.

Sabía de él a través de la obra maestra de Stanley Kubrick, “2001 Una Odisea Del Espacio”, ya que esta está basada en la novela homónima de Clarke, pero nunca había caído una copia de la misma en mis manos. No obstante, la naturaleza críptica (como poco) de la película de Kubrick me hacía tener su lectura en mi lista de “pendientes” para llegar a desentrañar qué había querido representar el director en las escenas más lisérgicas y oníricas de la película, de manos del autor de la historia que la inspiró.

Finalmente, un día de 1990, mientras acompañaba a mis padres a hacer la compra semanal, los convencí para que me comprasen una copia barata de la novela que había oteado en la sección de librería del supermercado. Unos días más tarde, mientras daba la vuelta a la última página, pensaba satisfecho que por fin entendía las metáforas que Kubrick había empleado para contar la historia de Clarke, admirándolo más aún si cabe por cómo había aportado su visión artística, personal y única, a un relato fascinante que, de paso, se convertía en uno de mis favoritos del género y me llevaba a patear las librerías de mi ciudad buscando más novelas del británico, incluyendo las (en aquél entonces) dos secuelas de “2001”: “2010” y “2063”.

Fue también por aquella época que conocí la música de Mike Oldfield a través de una copia de su ‘QE2’ de 1980, que mi hermana mayor había recibido de un compañero de instituto como parte de un casete recopilatorio (¡cuando las listas de reproducción y las recomendaciones musicales se construían con paciencia y un radiocasete de doble pletina!). Mi yo de doce años quedó fascinado por la maestría guitarrística de Oldfield (desconocido para mi hasta aquel entonces) y su heterogénea pero coherente fusión de preciosas melodías y elementos que, a mis jóvenes oídos, resultaban esotéricos y valientes. No lo podía saber entonces, pero Oldfield estaba colocando en mi la semilla de un amor por el lado sinfónico y progresivo del rock que dura hasta la fecha, con temas como ‘Taurus I’, el tema titular, o las maravillosas versiones de ‘Arrival’ y ‘Wonderful Land’.

Un par de años más tarde llegaría ‘Tubular Bells II’, que se convertiría en mi disco de cabecera durante meses y meses, mientras lo usaba de banda sonora para mil quehaceres como, por ejemplo, devorar novelas de Clarke ya que ambas, la música de Oldfield y las historias espaciales de su compatriota, se me antojaban complementarse a la perfección.

Por eso, cuando se anunció que Oldfield trabajaba en un nuevo álbum que debía aparecer en 1994, y que iba a estar basado en una novela de Arthur C. Clarke, podéis imaginar lo entusiasmado que me sentí: no solo uno de mis músicos favoritos iba a convertir un libro en un disco (una idea que en aquel momento me pareció rompedora) sino que, además, el autor del libro elegido era mi escritor favorito de ciencia-ficción.

El título del nuevo disco, ‘The Songs Of Distant Earth’, me resultaba desconocido y me desconcertó, pues nunca me había tropezado con aquel título en mis safaris bibliográficos, así que empecé a buscar aquella novela con más ahínco mientras la cuenta atrás para el lanzamiento del nuevo álbum seguía corriendo.

Cuando este llegó a mis manos, en forma de regalo de navidad en diciembre de 1994, me voló la cabeza inmediatamente y ocupó el puesto de la segunda parte de la saga ‘Tubular Bells’ como mi obsesión musical y disco de cabecera durante meses mientras seguía buscando la novela que lo había inspirado con renovado interés. Quería conocer la fantástica historia había movido a Oldfield a escribir una música tan genial.

Pues eso es lo que me parece ‘The Songs Of Distant Earth’: un disco genial y, con la perspectiva que da el tiempo, muy posiblemente el último álbum verdaderamente relevante que escribió el británico.

En él, Oldfield crea un inspirado universo de paisajes sonoros absolutamente gloriosos, que reflejan a la perfección el espíritu de la historia de Clarke (sobre todo el hondo sentimiento de nostalgia que impregna toda la novela), valiéndose para ello de un arsenal sonoro que nos recuerda por qué es considerado uno de los músicos más innovadores del progresivo y sinfónico, y del rock en general, mientras los instrumentos clásicos del rock se dan la mano con elementos electrónicos y étnicos, dando como resultado un disco perfectamente equilibrado que refleja a la perfección tanto el espíritu futurista de la historia como el corazón profundamente humano, de superación y descubrimiento que late bajo dicha capa futurista, gracias al uso ubicuo de voces y coros en encarnaciones tan dispares como voces operísticas y transmisiones por radio.

Valgan como ejemplo de ello el monólogo inicial empleado en ‘In The Beginning’, tomado de la transmisión por radio que hizo el astronauta Bill Anders leyendo un fragmento del Génesis bíblico mientras orbitaba la Luna en la nochebuena de 1968, y que nos sumerge de forma incontestable en el espíritu espacial del álbum. Mientras, el cierre con ‘A New Beginning’ y su coro Tubuai nos recuerda los orígenes de una especie que ha dominado el arte del viaje interestelar para escapar de la agonía de su sistema solar original, pero que no puede olvidar su esencia primigenia y tribal original.

Las voces, operísticas esta vez, toman también un papel relevante en ‘Let There Be Light’, donde sirven de contrapunto a la guitarra de Oldfield y su personal tono limpio mientras desgrana uno de esos fraseos marca de la casa. A continuación, un coro otorgará a ‘Supernova’ una cualidad sobrenatural de asombro y lamento mientras describe la muerte de nuestro Sistema Solar. Pero no todo es pérdida y destrucción; a continuación ‘Magellan’, con una impresionante sinergia de ritmos electrónicos y batería impulsa unas heroicas gaitas que nos llenan de esperanza mientras contemplamos a la nave Magallanes, éxito supremo del intelecto y cumbre de la ingeniería humana, escapar con éxito de la devastación, llevando con ella a los últimos hijos de la Tierra hacia las estrellas y un nuevo comienzo bajo otro sol a años-luz de distancia.

La misteriosa ‘First Landing’, ‘Oceania’ y ‘Only Time Will Tell’ nos ofrecen un primer fresco de la colonia humana en Thalassa, el idílico planeta oceánico donde la Magallanes se ve obligada a hacer una escala técnica y donde los últimos hijos de la Tierra conectan por primera vez con sus primos lejanos, seres humanos descendientes de una de las primeras colonias extrasolares que no llegaron a conocer el planeta de origen de su especie, y que han desarrollado una sociedad en apariencia exitosa, desligada de los demonios ancestrales (tales como el misticismo) que siempre lastraron a la sociedad terrícola original. De nuevo empleando un exquisito equilibrio entre los elementos electrónicos y las guitarras, se nos narra como el encuentro con los refugiados de la Tierra a bordo de la Magallanes pondrá a prueba tanto la estabilidad de esta idílica sociedad como la misión de la nave, y revelará si estos demonios arriba mencionados quedaron atrás para morir en las esterilizadoras llamas de la supernova solar, o si bien son inherentes a la naturaleza humana y viajan con ellos allá donde vayamos.

‘Prayer For The Earth’ vuelve a emplear voces tribales a las que la guitarra de Oldfield ofrece un disperso contrapunto para, juntos, formar una especie de elegía primigenia en recuerdo del planeta perdido, mientras que ‘Lament For Atlantis’ es el tema con el que los thalassanos despiden a sus primos terrestres cuando estos deciden abandonar el planeta y continuar el viaje que, en siglos, los llevará a su destino final donde formarán última colonia de la Tierra. Argumentalmente separados, los temas forman un contraste exquisito entre la añoranza del primero y la esperanza expresada por el segundo, donde la guitarra de Oldfield vuelve a brillar cuando toma el leit motiv del tema, inicialmente interpretado con delicadeza y nostalgia al piano, y le infunde una impresionante energía y solemnidad.

Una solemnidad que se hace cuasi elegíaca, como un canto de oración, en la breve ‘The Chamber’ (de nuevo mayormente vocal y atmosférica), que entronca con ‘Hibernaculum’, donde la música refleja a la perfección el pasaje del libro donde se abre ante nosotros la gigantesca cámara de estasis criogénico en que los restos de la humanidad duermen un sueño congelado de siglos de duración, sin sueños, a la espera de ser despertados cuando la Magallanes alcance su destino final. Ambos temas son, sin duda, una cumbre del Oldfield más solemne y trascendental, sobre todo ‘Hibrenaculum’ que es por momentos sobrecogedora en una inefable y dulce añoranza salpicada de esperanza en el futuro.

Mike oldfield the songs of distant earth

El lado electrónico del álbum alcanza un interesante paroxismo en ‘Tubular World’ y ‘The Shining Ones’, mientras que ‘Crystal Clear’ recupera el equilibrio entre las diversas facetas sonoras del álbum con el protagonismo de la guitarra de Oldfield, quien nos vuelve a regalar un punteo marca de la casa en su segunda mitad.

‘The Sunken Forest’ es un prodigio del Oldfield más atmosférico y misterioso mientras nos ofrece una perfecta película sonora para la exploración de los bosques sumergidos de Thalassa, donde los humanos efectúan un hallazgo inesperado con implicaciones morales que colocan a la perfecta sociedad thalassana ante un dilema histórico.

El broche de oro lo pone la inmensa ‘Ascension’. Inspirada tanto por la accidental y temprana muerte de Kumar Leonidas como por la marcha de la Magallanes para continuar su largo viaje, el tema es una de esas maravillas que Oldfield se saca de la manga de vez en cuando, y donde de nuevo fusiona de forma excepcionalmente equilibrada todas las vertientes estilísticas y sonoras del álbum, con una base rítmica electrónica sencilla sobre la que Oldfield desarrolla unas líneas de guitarra sublimes, de un tono exquisito tanto en sus vertientes limpias como distorsionadas, proponiendo un crescendo (una ascensión musical) que nos acompaña mientras entendemos, como hará Loren Lorenson a su llegada al destino final de la Magallanes que, a pesar de que las inconmensurables escalas de tiempo y espacio con las que el ser humano se enfrenta en los viajes interestelares reducen la experiencia humana a la nada, el corazón y el espíritu humano pueden sobrevivir a su implacable esencia.

Todo ello coronado por el rugido de la propulsión cuántica de la Magallanes que acelera a la nave mientras abandona la órbita de Thalassa para siempre.

Como anécdota, señalar que la inquietud tecnológica de Oldfield le llevó a incluir en el CD una pista interactiva donde música y video se unían mientras nos paseamos por diferentes escenarios de la Magallanes. En la primera edición de 1994, cuando la tecnología de CD híbrido estaba todavía en sus inicios, esta pista era legible por los reproductores de audio estándar, lo que causaba que para acceder a la música hubiese que saltar a la segunda pista, o nos arriesgábamos a llevarnos una buena dosis de ininteligible ruido de datos si se dejaba que el disco entrase en reproducción automática desde la primera pista.

Ah, por cierto. Finalmente encontré una copia de la novela y, cómo no, se convirtió en mi novela de ciencia-ficción favorita. Y ahí sigue, en lo alto de mi panteón particular del género.
Astronomy Domine


Gracias por leer hasta el final. Si te gustó, no olvides dejar tu like, compartir en tus redes y suscribirte aquí para más artículos como éste. ¡Nos vemos en la próxima!

Comentarios Cerrados.