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Una pandilla que respondía a los motes de Snake, Blacky, Piggy y Away. Eran los nombres perfectos para unos amigos de lo ajeno, de lo diferente y singular, que juntos no iban a arredrarse frente a las puertas de lo desconocido. Aunque eso tuviera los contornos de una pesadilla.

En el documental sobre los patriarcas canadienses Anvil, hay una escena en la que el cantante Lips cuenta la emoción que sintió al ver al otro lado de una ventana a un chico que tocaba la batería al compás de una estridencia que podía ser Cactus. El hallazgo mereció derrumbar cortesías y lanzarse para conocer al individuo. Robb Reiner, el futuro miembro fundamental de Anvil, era el maniquí de ese escaparate sonoro, y así se fundó la banda. Ese acto podría describir la receta básica del metal para tumbar desde el entusiasmo al oyente. Y también encapsula, con el guiño a la intrepidez setentera que representan Cactus (también se habla de Sabbath y Grand Funk), el chorro de energía imparable e inquieta de una de las mejores bandas jamás surgidas de Canadá: Voivod.

“‘Dimension Hatröss’… cósmico, psicodélico y muy heavy, ese disco no se parece a ningún otro de Voivod, y en general, es un islote aparte en la historia de la música” Jeff Wagner

Desde la bastante remota y francófona Jonquière, en Quebec, unos chicos lo fliparon pensando que los ruidos de esa localidad industrial eran tal vez comunicaciones de radioaficionados que les conectaban directamente con Birmingham. Queda la duda de hasta qué grado las bandas canadienses se influyeron mutuamente en sus primeros pasos, considerando la enormidad puntualmente habitada del país. Pero muchos de esos grupos compartían unos ciertos rasgos muy marcados: la devoción metalera, el sentido de humor (a veces involuntario), y una mezcla de inocencia original y torpeza atropellada. Un poco antes que Voivod estuvieron Exciter, con un debut como ‘Heavy Metal Maniac’, himnos de maqueta con un sonido brujo, una descripción que se ajusta a lo que fue el primero de Voivod, ‘War And Pain’. También en Exciter había un batería que más que sala de máquinas era uno de los timones, como el percusionista y cantante Dan Beehler. Unos coetáneos a Voivod fueron Razor, con una portada tan irrepetible como la de ‘Executioner’s Song’ (tan tosca como el primer Voivod) y un guitarrista como Dave Carlo, un volcán de riffs con no menos actividad que Piggy, hacha filosa y estriada de los quebequenses. Otras bandas posteriores como Sacrifice (el gusto por la estructura, los andamios esenciales del bajo) o Slaughter (ese zumbido de sierra mecánica, el primitivismo rompedor) también ostentan rasgos que nos hablan del heavy metal canadiense en general. De todos modos, para explicar la magia de Voivod, tal vez podríamos resumir diciendo que son la banda que demuestra lo cerca que están Anvil (capaces de titular una canción como el monstruo ‘Mothra’, y otra del mismo disco ‘Tease Me, Please Me’) y Gorguts (“Gore + guts”, casquería y entraña para uno de esos casos en que el metal de vanguardia es una aventura obscura, y que ha creado tanta escuela). Voivod derrumbaron tópicos y divisiones, y han sido una banda tan coherente y original que en cada uno de sus discos se recuerdan con sorpresa sus orígenes y se anticipan secretamente los siguientes pasos.
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