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Mark Knopfler escogió la sutileza e inteligencia del rock, reinventando la herencia musical de los setenta, para ofrecer un mensaje más contundente y sarcástico en plena explosión punk.

Pocos grupos en la historia del rock pueden jactarse de tener una carrera tan sembrada y exitosa como la que Dire Straits vivió entre 1978 y 1986. Sin embargo, la historia del grupo comienza mucho antes, cuando Mark Knopfler sufrió el pellizco de una enfermedad que le llevó a lanzarse al ruedo con ‘Dire Straits’. Hoy, cuarenta años después de su grabación, adentrarse en sus canciones supone una de las revelaciones más conmovedoras de su era, que repasamos en las líneas siguientes.

Más que con ningún otro grupo, cuando hablamos de Dire Straits, lo estamos haciendo de una persona. En este caso, no cabe duda que el grupo británico comenzaba y terminaba en Mark Knopfler.

Hijo de un arquitecto judío comunista que tuvo que emigrar a Hungría por culpa del régimen nazi alemán, finalmente, Mark nació en Glasgow, en 1949. Fue de niño cuando su familia se acabó por asentar en Newcastle. La vida les daba una nueva oportunidad: olvidar el duro pasado de su padre y hacerlo desde otro país. Fue, precisamente, desde tierras británicas como Mark comenzó a ir vislumbrando sus indudables aptitudes musicales.

Cuando no tenía más de nueve años, Mark comenzó a vivir una intensa educación musical en el seno de su familia. De dicha enseñanza, lo último que cabría esperarse es que le iba a llevar a ser uno de los guitarristas más reconocidos de la historia del rock. No en vano, “mi padre intentó enseñarme piano y violín”, recuerda Mark. “Probé el piano cuando tenía seis años, pero no me molestaba en leer la música. Sólo tocaba de oído, y tan pronto como se ponía difícil, estaba en problemas. Pero luego escuché a mi tío Kingsley tocar boogie woogie cuando tenía unos ocho años. Ésa fue una de las cosas más hermosas que jamás había escuchado. Esos tres acordes, la lógica de eso. A raíz de ahí, solía aporrear boogie woogie en el piano, lo cual volvía a todos locos”.

Ya durante este rodaje con instrumentos tan alejados del halo rock que siempre desprende la guitarra eléctrica, Mark fue entrenando su instinto para hacerse con las notas musicales. Capacidad que, a lo largo de los años, fue desarrollando con una destreza alimentada por su propio entrenamiento. “Cuando tenía alrededor de trece años, podía extraer notas de gran sonido, pero no me pidas que lea música. Probé el saxofón, pero está tan ligado a la lectura que me resulta imposible. Me guío por mis oídos. No puedo relacionar la música con esos puntos”.

“Dado que no había gráficos, solo escuchaba las cintas y luego las tocaba. Me podrían haber dado los acordes, pero de algunos de esos más elegantes no sé los nombres y probablemente no podría tocarlos. Lo que siempre trato de hacer es responder a la canción. Siempre me he rebelado contra la teoría. La guitarra para mí es una actividad compulsiva. No estoy en contra de aprender técnica, sin embargo, y ciertamente no estoy en contra de adquirir nuevos conocimientos. No tengo ninguna tecla favorita en la que tocar. Para mí, las diferentes teclas tienen diferentes colores, diferentes calidades, así que me gusta tocar con muchas de ellas”.

[Sigue leyendo este artículo de Morbib Stryker en el This Is Rock de Noviembre]

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