Roger Waters llegó con el «This is Not A Drill” a Madrid y Barcelona, y ahora a Praga en una noche de “desconcierto» en el cine en Barakaldo
Roger Waters llegó con el «This is Not A Drill” a Madrid y Barcelona, y ahora a Praga en una noche de “desconcierto» en el cine con su directo en 1500 salas del mundo. En mi caso, las expectativas y motivación para disfrutar del evento estaban disparadas por el hecho de haber perdido a última hora la cita en vivo del concierto de Madrid.
“Desgraciadamente aquello acabó por ser una experiencia surrealista, que rozó lo lamentable, por la ineptitud y falta de profesionalidad del personal de la sala»
Y me acerqué al único cine de Bizkaia que había sido escogido por la distribuidora, convencido de poder disfrutar de la celebración de la música de Pink Floyd en un evento digno, sustitutivo de la experiencia en vivo. Pero desgraciadamente, aquello acabó por ser una experiencia surrealista, que rozó lo lamentable, por la ineptitud y falta de profesionalidad de la sala. Es difícil hacerlo tan mal.
Dejando aparte la exagerada climatización, que nos dejó helados durante toda la emisión, todo se torció desde el inicio. El desconcierto se adueñó de nosotros desde el primer minuto. El concierto arrancó con la nueva versión, dramática y oscura, del ‘Comfortably Numb’. Los colchones de teclados sonaban lejanos, planos y a un volumen extrañamente bajo, al igual que la voz de Waters y las coristas, que parecía surgir de la lejanía.
Supongo que como yo, todos pensamos que era algo propio del arranque pausado, que se solventaría con el siguiente tema, o tal vez de una falta de adecuación del sonido en el propio estadio. Pero en seguida nos percatamos que el problema estaba en la sala. Lo que debería haber sido una explosión sonora, la entrada del ‘Another Brick in the Wall’, arrancó descafeinada y sin brío, particularmente el que debiera haber sido un potente solo de guitarra.
Era evidente que la sonorización de la sala era muy deficiente para la retrasmisión del concierto, más adecuada para un documental o una película española basada en voz. Parte de la audiencia comenzó a gritar «más volumen» y algunos espectadores salieron de la sala para reclamar a los encargados, pero todo fue infructuoso. El primer set del concierto fue todo un suplicio.
Estábamos viendo en pantalla un espectáculo visual colosal, sin embargo, nos habían robado lo más importante, la potencia del impacto musical. Parecía que estábamos en los lejanos 70 escuchando una retrasmisión con una vieja radio mal sintonizada. El sonido surgía solo de la parte frontal. Los altavoces laterales estuvieron toda la noche mudos.
Pero siendo esta cuestión inadmisible, lo peor y más increíble estaba por llegar. Al final del primer set, en el concierto se anunció una pausa de veinte minutos y en la sala se realizó el corte de la conexión y se encendieron las luces para el descanso. Todos dábamos por supuesto que se retomaría la conexión minutos antes de empezar el segundo set. Pues no. Transcurridos muchos minutos y cuando la cosa olía mal, de nuevo un espectador tuvo que salir a reclamar y entonces, al apagar las luces y retomar la conexión, descubrimos que el concierto hacía un tiempo que se había reanudado.
Nos habían robado los dos primeros temas del segundo set. Dos temas de los más poderosos, ‘In The Flesh’ y ‘Run Like Hell’. Esto fue el colmo que hizo que varios espectadores a la salida realizaran sus reclamaciones. Lamentable. En fin, para que luego desde el sector se quejen que la gente no ha vuelto a los cines desde la pandemia.
Concentrándonos en lo que debería haber sido el verdadero contenido de esta reseña, hay que reconocerle a Roger Waters su maestría para conjugar espectáculo y rock. Por un lado, el de la escenografía, el resultado es sobresaliente.
La disposición central del escenario con la cruz de pantallas superior es todo un acierto, porque consigue conjugar la grandeza del impacto visual de las imágenes con la cercanía y el movimiento de los músicos, logrando trasladar la misma sensación de intimidad de una sala más pequeña a las dimensiones de un Arena. Como siempre el arte gráfico de las proyecciones, los efectos luminosos y la calidad de los videos impactan, subrayando los mensajes de los temas sin saturarlos.
Toda la noche oscilo entre dos polos. El más íntimo y personal, donde hizo referencia a recuerdos de su juventud y de la formación de Pink Floyd con emotivos recuerdos a Syd Barret en temas como ‘Wish You Were Here’ o ‘Shine on your crazy Diamond’. Y como no, las potentes proclamas político-sociales. En este sentido, le afearía alguno de los extensos parlamentos entre canciones que restaban un tanto la fluidez del concierto.
En lo musical, Roger ha envejecido bien y es un zorro sabio. Sabe cuando tiene que cantar, cuando dejar espacio a la banda, por cierto, eficiente y perfecta como un reloj de precisión suizo, la elección de los temas y la modificación de arreglos es brillante y pensada milimétricamente. Elecciones inesperadas como ‘The Powers That Be’ del ‘Radio Kaos’, con ese nuevo ritmo pausado o la colocación en el bis del precioso ‘Two Suns in the Sunset’ del ‘Final Cut’ realmente funcionan. Y en cuanto a los temas de Pink Floyd hay momentos verdaderamente estremecedores. El solo de saxo de ‘Us and Them’ y la coda final, grandilocuente y coral, de ‘Eclipse’ fueron momentos inolvidables.
Al finalizar la sesión, salí de la sala con la agridulce sensación de haber perdido la última oportunidad de disfrutar en directo de un clásico histórico y con el enfado por la zafia emisión que había destrozado lo que, con una calidad mínima, se hubiera convertido en un evento memorable. Solo esperamos que lo de Bizkaia fuera una excepción y el resto de salas vivieran una noche al nivel de Roger Waters.
Oscar Luis García de Baquedano
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