En 1979 las radios están listas para dar paso al punk, los sintetizadores y el heavy metal, pero aún le quedaba un cartucho a Bad Company para seguir ofreciendo fantasía roquera. No lo tenían sencillo, pero se lanzaron valientes a la empresa, y el resultado, ‘Desolation Angels’.
Grand Funk, Free, Bad Company, Foreigner… uno aprecia una cierta forma de sonar y una ética común: esa idea de ponerse a tocar y punto, pero siendo conscientes de lo que se hace, para que la gente digiera con más facilidad tus canciones y éstas al final se conviertan en éxitos. Bad Company se formaron como un supergrupo, una fusión de Mott The Hoople y Free, con el toque King Crimson de Boz Burrell, y gozaron de un éxito instantáneo, gracias en parte a su condición de segunda banda más importante de Peter Grant, y a la marca Swan Song Records, la emergente discográfica que se habían montado los Zeppelin.
Al final de la década, no obstante, el rock tradicional había perdido bastante de su aura, ¿y qué podía haber más tradicional que la sencilla receta de rock que suministraban Bad Co.? El punk había cauterizado con fuego rabioso la escena, y luego, en mitad de una buena recesión, llegó el post punk, con la industria ya casi en desbandada ante el negro horizonte, muerta la música disco y con la cocaína arrasando. Menos mal que ‘The Wall’ de Pink Floyd y ‘The Long Run’ de los Eagles alegraron un poco la fiesta.
La carrera de Bad Company compone un microcosmos de tendencias, desde un debut abrasivo en 1974 (hoy cinco veces platino), y luego por las postas de ‘Straight Shooter’ (1975, y tres veces platino) y ‘Run With The Pack’ (1976, y un solo platino), hasta ‘Burnin’ Sky’ (oro, 1977), un disco que la crítica recibió con tan poco entusiasmo como el público comprador.
No lo tenían sencillo Bad Company para tramar un renacimiento, pero se lanzaron valientes a la empresa, y el resultado, ‘Desolation Angels’ —a partir de un libro de Jack Kerouac—, publicado el 17 de marzo de 1979, proveyó al grupo de un efímero instante de dicha, antes de volver a desembarrancar con otro disco muy flojo.
Así que volvamos al comienzo: ¿Por qué deberíamos preocuparnos de Bad Company? El guitarrista Mick Ralphs es el primero en contestar: “Creo que tuvimos mucha suerte, porque cuando nos juntamos los cuatro, yo tenía listas unas canciones muy apropiadas para la voz de Paul, y además a él le gustaron mucho. Ésa fue la clave del comienzo de Bad Company, esa combinación entre mis canciones y su voz. ‘Movin’ On’, ‘Ready For Love’, ‘Can’t Get Enough’… ya las tenía antes del grupo y simplemente estaban a la espera de esa magia que las hiciera sonar de cine. Compartíamos el mismo gusto por lo sencillo y el rhythm and blues y el blues a secas, y eso por fortuna se transmitió a las canciones. Nuestras canciones siempre antepusieron la naturalidad a la técnica. Eso es lo que probablemente hizo que transmitieran: el sentimiento, la sencillez, la emoción”.
Puedes seguir leyendo este artículo en el nuevo número de This Is Rock.
Comentarios Cerrados.