The Butterfield Blues Band rompieron moldes con en su ecléctico blues rock, contando con dos genios como Mike Bloomfield y Elvin Bishop, además del propio Paul Butterfield. Pero no fueron profetas en su tierra, ni con ‘East West’.
Cuando Bob Dylan actuó eléctrico en el festival de Newport de 1965, para muchos de los asistentes eso fue como si la industria hubiera vertido algo tóxico en el río de la tradición. Según se cuenta, el cantante insubordinado (y de normal calmado) Pete Seeger agarró un hacha para cortar los cables. La Butterfield Blues Band actuó como apoyo de Dylan en tamaña tropelía. La banda tuvo su momento de gloria con sus dos primeros álbumes, pero luego la heroína y demás contaminantes rompieron esos brazos que habían logrado algo inaudito.
La ciudad de Chicago ostenta la calificación de “capital principal” del blues. El maridaje que se fraguó allí entre blues rural y electricidad, y entre negros y blancos, fue decisivo, o incluso definitivo, para decidir las cartas marcadas de ese juego contra el destino que en buena medida supone el blues. Dando un salto sobre una telaraña, décadas después, Chicago alojó una de las ramas más nudosas del death metal, con todo el legado de otro Paul, Speckmann, y sus Master, con los Devastation que se formaron en un concierto de Trouble (otros hijos de la banda sonora de Chicago), con Funeral Nation, o con esos riffs reconcentrados y enfangados, oscuros como el tizón, de los inveterados Cianide.
https://www.youtube.com/watch?v=rDQOGlQNXNs
https://www.youtube.com/watch?v=eedfsaJ7lOk
El primer álbum de la Butterfield Blues Band, con su inicial ‘Born In Chicago’ (composición del proto-fundador Nick Gravenites), sonaba fantástico, aunque algo rudo y monocorde en su fidelidad. Hablamos de un lanzamiento de Elektra de 1965, el primero suyo de un grupo amplificado eléctricamente (también el primero en lucir la pegatina con “para apreciar el sonido plenamente, súbase el volumen al máximo”), adelantado a casi todo, incluyendo a buena parte de la invasión británica y también a los Doors (Paul Rothchild produjo los dos primeros discos de la Butterfield). Se trataba de una simbiosis todo vibración de los mundos sociales y raciales de Chicago, del nuevo blues eléctrico, pero fue con la aparición del segundo disco de la banda, ‘East West’, de 1966, cuando la arborescencia relampagueó de verdad. Ese disco tiene el viaje de la obra magna ‘Easter Everywhere’ (1967) de los psicodélicos texanos 13th Floor Elevators, y también anuncia esa cota inmensa de ‘The Green Manalishi’ de Fleetwood Mac, cuando de algún modo el blues confirma que no es un barrio algo chungo, para visitar como se va a ver a un enfermo, con una mezcla de riesgo, cariño y precaución, sino una forma de expresión plena y actual, que saca a la luz lo que se lleva dentro. En ‘East West’, vamos pasando del hechizo inacabable de Robert Johnson (se hace ‘Walking Blues’) a los anuncios de ragas sin pasaporte, hasta alcanzar el corte titular de trece minutos, una dinamo de espirales, uno de los primeros Himalayas del rock coronados por un relámpago que echa raíces sobre el horizonte.
Por Ezequiel (puedes seguir leyendo este dosier en el This Is Rock de mayo)
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