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En una Gran Bretaña ahogada por la Dama de Hierro, la flacidez musical de las radios, Motörhead asaltaba el Top Of The Pops. Lemmy y los suyos cimentaban la leyenda con sus destructores ‘Overkill’ y ‘Bomber’.

Diciembre de 1979, y me encuentro en las oficinas del management de Motörhead, Greybray, cerca de la Portobello Road londinense. Acabo de contarle al hombre que me ha sido encomendada la misión de reseñar ‘On Parole’, para un semanario musical llamado Record Mirror. Hablamos del primer álbum que la banda grabó en 1975, pero que la discográfica de entonces del grupo, United Artists, decidió archivar… hasta ahora, cuando se han decidido a sacarlo a la calle.

“¿Y qué pasa? ¿Me tiene que importar si reseñas tú el disco?”, espeta Lemmy, acompañando sus palabras de una mirada hostil. Luego se percata de que tal vez ha entrado un poco a codazos, y añade: “Mira, a los de United Artist el disco les dio mala gana cuando lo grabamos, y ni quisieron sacarlo. Luego nos echaron del sello, y se olvidaron de Motörhead. Ahora, como estamos teniendo algo de éxito, quieren sacar tajada a nuestras espaldas. ¡Ni me han avisado de que fueran a sacarlo!”. Lemmy está haciéndose cargo de que su banda comienza a importarle a la gente.

El Lemmy de 1979 no distaba mucho del que sería en años posteriores. Un tipo que se expresaba bien, honesto y centrado. Podía ser lo mismo el elemento impar o el centro de atención de un grupo. Pero donde se crecía era en compañía de los fans.
Puede leer este artículo completo en la revista This Is Rock

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