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This Is Rock Salty Dog La Historia de ‘Every Dog Has Its Day’

Surgieron en Los Angeles a finales de los 80 en plena explosión sleaze, aunque sus botas macarras estaban metidas en el fango del hard rock blues.

“No hay ningún otro género en el Siglo XX que me produzca la misma fascinación que el blues. Es una cosa que se hunde a fondo en esos sabores que son como luciérnagas en la oscuridad de la historia disecada. Tiene la esencia de los tonos que conducen a la amoralidad y a los orgasmos de lustradores. Nació en el arroyo. Y su destino es la calle”. Esto es lo que escribió el aquí firmante en enero de 1990, en su reseña para la revista RAW del debut de Salty Dog.

“Salty Dog son otros cualquiera que se unen a una cadena que dura ya noventa años, unos osados que mantienen la mirada en el corpiño núbil de la agridulce y gran abarcadora Mama Blueswailer”, seguía la reseña. “Otro conjunto que se ha estado preparando para saciar su sed en su cuerpo desnudo […] han pasado la lengua por la humedad de sus muslos y han dado con un álbum que tiene la marca original del blues, pero que, de todos modos, consigue escudriñar con convencimiento el presente […] ‘Every Dog…’ es la garantía de que Salty Dog son material genuino”.

Bueno, así se veían las cosas hace casi treinta años. Pero bajo la sofocada retórica risible y ridícula, el mensaje era que allí hubo una banda que, si se hubieran dado unas condiciones dignas, podría haber tenido un éxito enorme. Entre otras cosas, aportaba esa nota de realismo de la cruzada grunge. Pero lo que pasó es que este mundo conspiró (aunque ellos también pusieron a veces de su parte) para que la historia de Salty Dog terminara prematuramente.

“Vicky Hamilton era una gran tía, y nos ayudó mucho al comienzo, lo mismo que a Guns N’ Roses y Poison. Pero nadie nos frenó cuando empezamos a tomar decisiones estúpidas” Michael Hannon

Every Dog Has Its DayY esa historia comenzó a mediados de los ochenta, cuando el bajista Michael Hannon tuvo un sueño. “Trabajaba en una tienda de discos en Columbus, Ohio. Leyendo revistas como Kerrang!, no dejaban de hablar sobre la movida en Los Ángeles. Y parecía que era el sitio en el que había que estar, con los Mötley Crüe y los Ratt pegando el zambombazo. Así que hice las maletas y puse el coche rumbo a las montañas de California, el sitio que estaba en el punto de ebullición”.

No le costó mucho al recién llegado Hannon meterse en una banda. “Había leído que los Mötley habían dicho que The Recycler era donde las bandas y los músicos se anunciaban. Así que me pillé una copia, y casi lo primero que vi fue a una banda llamada Lust. En Ohio había estado en una banda de versiones con el mismo nombre, y yo hasta me había encargado de dibujar el logo. Así que me quedé con ese nombre, y me uní al grupo. Hacíamos versiones como ‘AC/DC’ y ‘Set Me Free’ de The Sweet”.

Y mientras trabajaba en una ferretería en la ciudad, Hannon tuvo la suerte de cruzarse con el guitarrista Scott Lane. “Scott había estado antes en Max Havoc. Habían sacado en 1983 un disco llamado como el grupo. Como músicos invitados habían tenido a Tony Richards (W.A.S.P.) en la batería y a Carlos Cavazo (Quiet Riot) tocando la guitarra. Bill Ward había sido en algún instante parte del grupo. Scott también había estado en los Roxx Regime, que luego pasarían a ser Stryper. A través de Scott conocí a Khurt Maier, que había estado en una de las primeras formaciones de Ratt (cuando aún eran Mickey Ratt), y los tres nos pasamos como un año tocando juntos instrumentales”.

Hannon hace responsable a Maier de su mejora como bajista. “Khurt era un batería fantástico, muy según el modelo de John Bonham. Me enseñó a tocar siguiendo su bombo. Como había buen rollo entre nosotros, me gustaba seguir sus instrucciones para tocar bien, porque estaba abriendo mis horizontes. Me traía a los ensayos discos de blues de gente como Willie Dixon, y progresivamente empecé a tocar el bajo como nunca me habría imaginado. Y todo eso fue gracias a Khurt. Yo no sabía leer música, pero lo pillaba fácilmente de oído. Aunque una cosa es tocar acordes y melodías, y otra lo que aprendí entonces, y eso supuso una gran contribución a nuestro proyecto de grupo entre los tres”.

A ese grupo en ciernes le faltaba una pieza: el vocalista. Salty Dog (“seguro que el nombre fue ocurrencia de Khurt”, cree Hannon) no querían ser un combo instrumental. Pero no era una misión fácil encontrar al hombre idóneo para cantar con ellos. “Uf, probamos a muchos cantantes”, afirma un suspirante Hannon. “Pero ninguno era el bueno. Los que tenían buena voz, normalmente tenían egos desmedidos. Puedo decir que ninguno de los que pasó por ahí logró nada con otro grupo”.

Pero, de improviso, a Hannon lo llamó por teléfono un viejo colega de Colombus, que justo tenía la respuesta a su problema. “Yo conocía a un guitarrista, Mark Chatfield, que había estado en The Godz y que también tocaba en la banda de Bob Seger. Un día me llamó y me dijo: ‘¡Tengo al tipo que buscáis justo a mi lado! Pero no puede ponerse al aparato de la tajada que lleva. Ya le diré que te llame mañana sin falta’”.

“Yo tenía mucha confianza en mis aptitudes”, recuerda el vocalista Jimmi Bleacher. “Así que me mudé a Los Ángeles, sin que el grupo me hubiera confirmado que el puesto era mío. Tuve que pasar una prueba. Ahora mismo no me vienen a la cabeza qué canciones canté. Eran composiciones suyas, eso sí. Me pusieron a cantar sobre las bases instrumentales que tenían, conmigo inventándome las letras sobre la marcha. Tenía cierta maña con eso”.

Bleacher dejó sensaciones tan buenas que la banda le dijo que el puesto era suyo. “Tenía todo lo que andábamos buscando”, recuerda con regocijo Hannon. “La planta, la voz y la cara que le echaba. Así que ni lo dudamos”.

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